Sergio.

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miércoles, 27 de enero de 2016

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Salió de casa, aguantando las ganas de ponerse a llorar. Se despidió de sus padres, les dio dos besos y cruzó la carretera.
Al entrar al polideportivo, las ganas crecieron, pero supo aguantar hasta que entregó la tarjeta y, después de eso, entró al baño de los vestuarios.
Una vez allí, se encerró con pestillo en el baño de la derecha, contra la pared.
Se puso a llorar. Por fin podía sacarlo.
Por fin podía echar fuera de sí misma el problema que sabía que creaba. El daño que sabía que ella sola implantaba.
Abrió el bolsillo del monedero de su mochila, sacando un pequeño objeto de brillo metálico.
La cuchilla de la noche anterior.
Se remangó. Las heridas aún recientes, dolían.
Y empezó a deslizar con fuerza esa hoja por el brazo en el sentido contrario a los cortes del día anterior. Creando nuevos y reabriendo los anteriores.
Mientras tanto sólo podía llorar. Sintiendo consuelo al saber que estaba recibiendo por el verdugo, ella, lo que se merecía.

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